Invasores de sombrero ridículo y bigote de manubrio

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Llegaron como una marabunta con sus bigotitos de manubrio, tatuajes ilegibles y ridículos pugs.

Cual horda de vándalos tomaron por asalto los mejores departamentos y causaron que los precios de las rentas escalaran de manera inmisericorde; transformaron las tiendas y las fondas en supermercados orgánicos, en galerías de arte de dudosa calidad y en cafeterías de la sirenita.

Se instalaron en la Condesa así como la Roma y la transformaron en un lugar donde los hombres usan bolsa de mano, las mujeres camisas de cuadros y los perros suéteres.

Hicieron que una colonia de clase media se transformara en uno de los sitios más cotizados y caros de la ciudad; lograron que en cada cuadra se instalara un antro o bar del que más tarde pasaron a quejarse por el ruido que causa por las noches.

Sin embargo en lo que no pensaron es que, antes que ellos llegaran, un terremoto había asolado las bucólicas calles que ahora recorrían con una bolsita plástica en la mano para recoger el excremento de sus perros.

Que la destrucción se había adueñado y que esa era una de las causas de que, cuando llegaron, la colonia se encontrara en franca decadencia.

Nunca pensaron que la tragedia les pudiera ocurrir a ellos.

Sin embargo, ocurrió.

Ahora huyen de la colonia como si de una zona de guerra se tratara. Le perdieron confianza a sus departamentos retro y a sus edificios añejos. Temen a la posibilidad de que ahora les toque a ellos la furia telúrica.

La Roma y la Condesa han perdido su encanto.

¿Qué sigue?

Afortunadamente -para ellos- la Ciudad de México es muy grande y hay muchas colonias que esperan ser gentrificadas: la Tabacalera, Santa María La Ribera, Lindavista o San Rafael. La verdad es que la lista es larga y las opciones son muchas.

Muy pronto, en algunas de éstas, las familias clasemedieras y los estudiantes hacinados en pequeños departamentos para abatir costos tendrán que huir cuando las hordas de hípsters con sombreritos de ala corta y perritos chatos comiencen a asolar sus comunidades; elevando los precios de las rentas, transformado las costumbres alimenticias y haciendo que nunca nada vuelva a ser igual.

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