Ya se había hecho una tradición en México: cada 12 de octubre (que, por cierto, es la fiesta nacional de España), el embajador de ese país acudía al monumento de Cristobal Colón a decir un discurso sobre la fraternidad de ambas naciones y lo relevante de la odisea del almirante genovés.
Una vez concluido el acto, luego de que todos los invitados se retiraban, llegaban los manifestantes en contra de Colón y en contra de celebrar un aniversario más del genocidio americano para retirar los arreglos florales y llevarlos unas cuadras más arriba al monumento a Cuauhtémoc.
El irigote se hizo aún más escandaloso a partir las dichosas fiestas del quinto centenario (1992) cuando se comenzó a cuestionar más duramente el papel de Colón, los colonizadores europeos y los 300 años de dominación española.
De forma curiosa, luego de las protestas en Estados Unidos respecto a las estatuas de personalidades confederadas, el que sigue en la lista de anti-héroes es el descubridor de América.
En un mundo cada vez más afiliado a la corrección política, el papel de Cristobal Colón es cuestionado cada vez más ya que la llegada de éste a tierras americanas significó la enfermedad y la muerte de millones, la esclavitud así como la marginación a los que sobrevivieron.
Por supuesto que, para estos grupos, no hay nada que celebrar la fecha en que los europeos pusieron pie por primera vez en estas tierras para dividirlas (a éstas y a sus pobladores) como si de derecho divino se tratara.
Particularmente en México este tema sigue generando pasión a muchos niveles y para muchos pareciera que la conquista se llevó a cabo hace unos pocos meses y no hace más de cinco siglos.
Es claro que la llegada de los europeos, encabezados por Cristobal Colón, significó el final de toda una era en este continente. Culturas (algunas de ellas milenarias) se perdieron en la vorágine conquistadora al igual que muchísimas vidas pero, en aras de buscar una conciliación -o por lo menos para paliar esa imagen-, podemos decir dos cosas.
Primero: los españoles no llegaron a la república popular, democrática y representativa de Tenochtitlan. Los aztecas (que el nombre correcto es “mexicas”) gobernaban un imperio fundamentado en el terror y la represión. Los pueblos conquistados por estos estaban obligados a pagar un tributo en especie y en personas que eran, si no esclavizadas, sacrificadas a los dioses. Fuera de la esfera mexica la esclavitud, el saqueo y el pillaje eran cosa común y corriente para los distintos pueblos.
Segundo: Los españoles llegaron a estas tierras creyendo, de manera sincera, que tenían una misión encomendada por el propio Dios. Luego de expulsar a los musulmanes de la península se creían ejecutores de una tarea encomendada por la deidad y la conquista era el precio para entrar al cielo que debían de pagar los pueblos que no conocían el cristianismo y vivían (decían ellos) adorando al demonio.
En ambos casos, ambos grupos, tienen que verse en la justa perspectiva histórica y no con los valores que aplicamos en la actualidad. Eran personas de su tiempo imbuidos con formas de pensar e ideales de otra época que a lo mejor hoy nos parecen bárbaros e incomprensibles.
Si Colón hubiera naufragado en el Atlántico y nunca hubiera llegado a América, tarde o temprano otro explorador lo hubiera hecho y la historia subsecuente no hubiera variado mucho: los europeos apresurándose a conquistar y someter tierras que ya eran ocupadas por otros pueblos.
El papel de Colón y los hechos históricos que se suscitaron en ese entonces y sus consecuencias no los podemos cambiar. Lo que si podemos hacer es aprender de estos y comprender que el resultado de aquella gesta histórica es la realidad que vivimos hoy en día.
Somos herederos de nuestra historia.
Es a nosotros -los civilizados, modernos y políticamente correctos- a quienes corresponde hacer de este continente un lugar mejor para todos los que, sea cuál sea la razón, estamos aquí.