Una de las noticias que ocuparon mucho espacio desde la semana pasada en los medios masivos de Estados Unidos fue el hecho de que la ciudad de Detroit se declaraba en bancarrota.
El gobierno de la urbe se declaró incapaz de cumplir con sus obligaciones a más de 100 mil (¡¡!!) acreedores y en pocas palabras dijo “debo no niego, pago… no tengo”.
Si uno se pone a revisar lo que ocurre en esa gran ciudad hasta le dan escalofríos: la respuesta a una llamada a la policía o a los servicios de emergencia tarda más de una hora, la mitad del alumbrado público no sirve, la basura se amontona, la criminalidad está a la altura de San Pedro Sula, el 84% de la población es africo-americana; esto no quiere decir otra cosa que, los que pudieron, se fueron. En tan sólo un par de décadas la ciudad perdió a más de la mitad de su población y fueron los blancos de las clases más altas los primeros en poner mucha distancia de Motown.
¿Qué fue lo que pasó?
A finales de los años sesenta Detroit era la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos y una de las más activas en el plano económico; dentro de su área se fabricaba una buena parte de los automóviles del mundo ya que era la capital de General Motors, Chrysler y Ford.
Eran épocas en que no se necesitaba ser licenciado o doctor para encontrar un buen trabajo que permitiera la compra de una casa y un coche (el sueño americano, pues). Había terminado la guerra apenas 15 años y la ciudad seguía disfrutando del boom causado por el esfuerzo bélico.
Sin embargo a lo largo de los años 80 y 90, con la globalización las empresas manufactureras de autos (y toda la pléyade de industrias a su alrededor) se fueron a otros países en búsqueda de mano de obra barata.
Un ejemplo: la planta de la General Motors que estuvo ubicada en el suburbio de Flint (de la que Michael Moore habla en su primer documental) ahora se encuentra avecinada en la ciudad de Silao, Guanajuato. Y como este caso, hay cientos.
Los trabajos bien renumerados se fueron de la ciudad y tras de sí dejaron un pueblo fantasma lleno de casas vacías cuyos dueños no las pudieron vender a nadie. También quedaron los esqueletos industriales de la otrora pujante industria del automóvil.
Un caso que no es el primero ni el único de la historia ni de este mundo globalizado, pero que horroriza por lo ocurrido a lo que apenas hace tres décadas era una ciudad pujante.
Mucho se ha hablado de revivir la ciudad; ha habido casos muy similares, el de Bilbao en España o Turín en Italia, son claros ejemplos de cómo “revivir” una ciudad que ha perdido su principal motor económico. Un cambio de enfoque empresarial, nuevos capitales para tecnologías de punta y un largo etcétera.
(El caso de Turín es muy similar ya que esta dependía casi al 100% de la derrama económica generada por la empresa automotriz FIAT)
Otras ciudades de Estados Unidos han pasado por ahí y han recuperado cierta vitalidad que, si no es igual a la que le precedió, muy bien ha funcionado para revivir esas ciudades y transformarse en urbanizaciones más pensadas a futuro que clavadas en su propia nostalgia.
Detroit es un gran caso de análisis para tratar de entender el fenómeno urbano y económico que estamos viviendo. Un ejemplo de lo que puede ocurri si nos quedamos atrás de las grandes tendencias mundiales.
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