Llegó el tercer debate presidencial en Estados Unidos y, una vez más, el tema se transformó en Trendig Topic a nivel mundial.
Luego de dos debates, en que la candidata por el Partido Demócrata venció al Republicano, la verdad es que no se esperaba un escenario distinto. Lo que muchos esperaban en México era ver un encuentro ríspido en el que hubiera una mayor humillación a Donald Trump, esto en aras de recuperar esa lastimada esencia nacional que quedó afectada hace apenas unos meses.
Por supuesto que las expectativas quedaron cubiertas: a pesar de que en los primeros 30 minutos Trump manifestó cierta mesura, Hillary Clinton supo tocar ahí donde dolía, por lo que el individuo que parecía un “viejo estadista” pronto regresó a su verdadera personalidad de niño malcriado.
Cayó en cada una de las trampas e incluso calificó de “nasty woman” a Clinton olvidando que, ante cualquier público, un hombre que insulta a una mujer (sin importar el contexto) siempre pasará como un patán.
Sin embargo, el mayor pecado de Trump durante el debate de anoche fue el de negarse a decir si aceptaría los resultados de las elecciones. Prácticamente todos los medios estadounidenses criticaron ese punto en particular para calificarlo desde “poco americano” hasta de “traición”.
Dentro de toda la vorágine Trump lo que más ha golpeado su imagen de cara a los medios serios (y los no tanto) es la idea de que el magnate no reconocerá los resultados si es que pierde.
Un auténtico ataque a las instituciones de ese país y a la democracia.
Y eso duele más allá de la anécdota de un candidato salvaje y pintoresco. Este es un tema de gran seriedad que llega a profundidades que no había podido agitar el candidato.
Este es un verdadero golpe al espíritu de ese país y quizá será su debacle.
Trump difícilmente se recuperará de este momento. Pasará a ser el peor error de los republicanos en lo que va del siglo y el momento parte-aguas en el que la democracia estadounidense tomó un nuevo rumbo.
Difícilmente uno de los dos partidos principales del vecino país permitirá que el fenómeno Trump se repita dentro de sus filas. Que un mequetrefe populista pueda volver a alcanzar el lugar que alcanzó y que deshaga, literalmente, la credibilidad y la seriedad de una institución política.
Pero no sólo por lo que pudo haberle hecho al partido; no permitirán que alguien más atente contra la esencia misma de la democracia americana.
Con eso no se juega.
Impresionante cómo el simple hecho de dudar sobre el sistema -un sistema del que TODOS los estadounidenses están orgullosos y respetan- pueda traer tan graves consecuencias. Todos los observadores se levantaron para defender las instituciones ante el embate de un individuo -con ínfulas de mesías- resentido por su mal desempeño en una campaña.
El mensaje general ha sido muy claro: Las instituciones no se pueden mandar al diablo.
¿Podemos aprender algo?