Desnudos para las masas: en realidad esa fue la gran aportación de Hugh Hefner a la humanidad.
Hefner le quitó el manto sórdido y arrabalero a la pornografía, le dio un toque sofisticado y edulcorado para transformarla en un producto masivo.
Fue el primero que se atrevió a publicar una revista “main stream” con desnudos en su interior. Desnudos que, si los comparamos con lo que podemos encontrar a menos de dos clics de distancia en Internet, ahora nos parecen ñoños y hasta entrañables: gorditas fotografíadas en ambientes de utilería y que sólo enseñan lo justo necesario para excitar a los jóvenes calientes que, en la vida real, sólo tenían la esperanza de un beso de “trompita” y posiblemente un “arrimón” por parte de su candorosa noviecita.
Hefner creo una publicación que no sólo daría gasolina para el onanismo de varias generaciones que ya no quería ser oprimida, sino que también les dio lecciones de vida: como vestir, que accesorios usar, que música escuchar y hasta se transformó un medio de opinión periodística. Luego de “llegar al cielo” con la centerfold en turno, se podía leer el contenido que también resultaba muy atractivo.
Playboy fue la guía y desde ahí surgieron otras publicaciones que quizá fueron más lejos y más profundo. De hecho la revista del conejito comenzó a caer en esos excesos durante los locos años setenta pero, gracias a un golpe de timón, evitaron caer en la tentación del sexo brutal y salvaje.
Dentro de la vulgaridad, siempre buscaron ser los menos vulgares.
De manera práctica, fue Playboy quien definió a la belleza, y al erotismo, a lo largo de casi cinco décadas; ingentes cantidades de hombres utilizaron sus páginas a manera de inspiración autoerótica y para muchos fue el marco donde vieron a la primer mujer desnuda sonriendo desde las páginas lustrosas.
Sin embargo, la tecnología a la que la publicación tampoco se supo adaptar, fue la culpable de su decadencia. Ya no era necesario acudir al puesto de revistas y pasar por el vergonzoso evento de comprar una revista de “encueradas”; desde las cavernas cibernéticas era posible acceder a todas las fantasías eróticas reales o imaginarias.
Las pocas páginas de papel cuché quedaban olvidadas bajo una inmensa marea de triplesdobleú dedicadas exclusivamente al material pornográfico.
En uno de sus últimos intentos de mantenerse vigentes los directivos anunciaron que la revista ya no publicaría “desnudos frontales totales”, es decir, regresaría a la mojigatez de los años cincuenta en el que bastaba un par de “chichis” para romper récords de ventas.
Lo más descorazonador es que la medida ni ofendió ni agradó, fue simplemente una nota al margen donde otros temas.
La decadencia de Playboy no fue la decadencia del erotismo, este está más vivo que nunca gracias a Internet, fue la decadencia de los medios gráficos: La información y la pornografía están disponibles a uno pocos toques en las pantallas de nuestros dispositivos móviles y las revistas ya son cosa del pasado.
Lo que queda es el legado de Hugh Hefner que tuvo la capacidad de llevar a varias generaciones al paraíso del erotismo, de crear la imagen del “playboy”, el hombre sofisticado de los sesentas y de los ochentas; pero también de escandalizar a los más mochos y retrógradas, de hacer que millones de mamás buscaran de manera concienzuda en los escondites más recónditos revistas pecadoras y evitar así el “mal comportamiento” de sus hijos.
La muerte de Hugh Hefner marca, sin duda alguna, el final de una era.