Escribo esto luego de ver sólo la mitad de la última temporada de la serie por lo que si mi opinión difiere del desenlace, no es culpa más que de mi ignorancia; lo que vas a leer no contiene spoilers de ningún tipo, así que puedes hacerlo con tranquilidad.
En Estados Unidos se transmitió el último episodio de la serie Breaking Bad, cerrando así la quinta temporada y el periplo de Walter White (también conocido como Heisenberg) en el inframundo del crimen organizado.
La serie ha causado todo un revuelo en Internet, trascendiendo los sitios especializados en espectáculos y televisión para llegar a la gran mayoría de sitios enfocados en temas actuales.
Entrevistas, opiniones de expertos (tanto en TV como en ciencias y criminalística) dominan cualquier búsqueda relativa, sin olvidar las críticas-reseñas del esperado capítulo final.
Sobre el desarrollo de la serie se ha hablado mucho; la producción, el manejo de los personajes y un largo etcétera sin embargo a mí me gustaría darle un acercamiento desde otro plano a producto que si bien está hecho para su consumo, tiene un gran trasfondo social.
La serie en si es una crónica de nuestros tiempos, un retrato de la problemática de la sociedad estadounidense del siglo veintiuno a la cual le habían vendido una utopía pero que en realidad se encuentra sumergida en una pesadilla: la situación económica es incierta, es muy caro acceder a los servicios de salud. Los “malos” ganan mientras que los respetuosos de la ley son atropellados impunemente por las circunstancias.
Walter White se transforma en Heisenberg debido a la desesperación: la enfermedad, la incertidumbre sobre el futuro de su familia, el sentimiento de encontrarse al borde del precipicio; todo eso lo lleva a tomar una decisión desesperada.
Cual moderno Dante, Heisenberg se sumerge en el infierno y, a pesar de todo, sostiene una esperanza de mantenerse como lo que es: un hombre decente, casado con una mujer, con una familia y con las reglas de una sociedad. Sin embargo con el paso del tiempo se da cuenta que esto es imposible.
Una cosa lleva a la otra y pronto se descubre actuando y haciendo lo mismo que los “malos” a quienes, al principio, había visto desde una plataforma moral superior.
Sin embargo White es producto de las circunstancias.
Se descubre que no sólo es exitoso, sino que es el mejor; así lo entienden sus “empleadores”, así lo entienden sus enemigos. Ya estando dentro del infierno, toma la decisión de hacerse cargo del inframundo.
Lo curioso de todo es que, dentro de este viaje al “mal” nosotros los espectadores entendemos y justificamos las razones de Walter White. Nosotros los seres humanos “de a pie” sabemos los que es esa zozobra que parece ser la marca de este inicio de siglo. Conocemos lo que es la desesperación de ver al futuro de forma incierta, de saber que las cosas no van tan bien como quieren hacernos pensar.
El maestro de química de Nuevo México se transforma en una especie de rol de vida. El que se atrevió a luchar contra el sistema; el que decidió pasarse al lado de los “malos” porque en el otro no había esperanzas; el que optó por la obscuridad para poder llevar un poco de luz a su familia.
En el hombre desesperado que se atrevió a tomar medidas desesperadas… y triunfó.
El fenómeno de Braking Bad podría transformarse en una muestra del “sentir” de una época, una parte del dichoso zeitgeist. De cómo el hombre común y corriente al saber que los de “arriba” no siguen las reglas, comienza a cuestionarlas, a cuestionar la forma en que está constituida nuestra sociedad y de cómo existe la opción de romper estas reglas.
De atreverse a tomar parte del botín de los ganadores.
La historia de Walter White es, sin duda, una parábola de nuestro tiempo.