Movilidad secuestrada

Tomar taxi suele atraer diversas experiencias, entre que si el chofer nos hizo la plática y nos llevó al destino con bien, o que si nos cobró de más y la unidad no estaba en buenas condiciones; todo contribuye a sentirnos satisfechos o no con el servicio que pagamos a una tarifa mayor que las de otros tipos de transporte público.

Es tema de todos los días la problemática por la que atraviesa éste sistema de traslado en México, pues a pesar de que las concesiones y reglas son diversas por estado, vivir en uno u otro no nos salva de abordar un vehículo irregular.

El riesgo continúa latente cuando al grito de “súbanle hay lugares”, abordamos un camión, pesero o combi con más pasajeros de los permitidos por su capacidad, enfrentándonos a la conducción poco responsable de algunos operadores y al peligro de un asalto colectivo. Situaciones que tampoco se salvan de padecer los usuarios del metro.

De acuerdo con el Diagnóstico de Fondos Federales para Transporte y Accesibilidad Urbana, hasta el 2012, México sólo invirtió 11 por ciento en transporte público, sin embargo, tal como lo advertía el reporte, la cifra se había elevado en aquel año por la construcción de la Línea 12 del metro; que no hace falta decirlo, pero es bueno recordarlo, no funciona en su totalidad y tampoco se tiene aún fecha de reapertura.

A todo este panorama agregamos que son pocas las ciudades, municipios y estados los que cuentan con un registro vehicular regularizado, en donde está demostrando que por el alto nivel de incidencias relacionadas con delincuencia, abuso y crimen organizado, la ciudadanía opta por servicios de sitios seguros o con la llegada de la tecnología en aplicaciones que permiten solicitar un vehículo a la puerta de donde nos encontremos para trasladarnos a un costo mayor, pero con la seguridad de por medio.

Escrito por Gladis Lopez Blanco

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