A un mes del sismo, Vice habló con una familia que sigue esperando un dictamen oficial para saber qué ocurrirá con su hogar.
«Sigo en shock. Estoy triste, indignada, enojada y muy cansada», me dice Coni, una profesora universitaria de 60 años que está apunto de perder su patrimonio. Su departamento no se cayó, pero el edificio quedó tan dañado que tal vez sea necesario derrumbarlo. Es el único patrimonio con el que cuenta. Estamos afuera de su vivienda. Un policía impide el paso.
—En el mes que llevamos viviendo en la calle, sólo una vez nos han dejaron entrar durante 20 minutos para sacar nuestras cosas más importantes: documentos y ropa. Ni pensar en sacar algún mueble porque el movimiento para bajarlo puede dañar aún más la construcción.
—¿Desde hace cuánto vive aquí?
—Desde hace 55 años, casi desde que se inauguró el multifamiliar. Vivo solo con mi mamá; ella tiene 97 años. No tenemos a donde ir y prácticamente dormimos donde nos agarre la noche. A veces vamos con algún familiar y otras nos quedamos aquí en la carpa que nos donaron. Dormimos entre unas colchonetas.
Hasta hace un mes, Coni vivía sobre Calzada de Tlalpan, casi a la altura de Taxqueña. Ahí se encuentra una de las unidades habitacionales más emblemáticas del sur de la ciudad: el Conjunto Urbano Tlalpan, mejor conocido como el ‘Multifamiliar de Tlalpan’.
Esta avenida —que cruza la ciudad de sur a centro— ha sido testigo de grandes festejos nacionales. En los mundiales de futbol de 1970 y 1986, los vecinos de la zona abarrotaron ambos sentidos de la vialidad con banderas tricolores para apoyar o festejar los triunfos de la selección mexicana. Además era el paso para los aficionados que acudían al Estadio Azteca a ver los partidos.
Esas imágenes de euforia contrastan con mantas de plástico, escombros, techos improvisados con lonas, policías que vigilan los edificios dañados, carteles con mensajes de apoyo, coronas de flores, fotos de mujeres, jóvenes, hombres, niños y mascotas que perdieron la vida hace un mes.
Coni también vivió ahí el sismo de 1985 que devastó buena parte de la Ciudad de México. Pero a pesar del susto que se llevó cuando su departamento comenzó a sacudirse, no pasó nada más. Después de 32 años, justo el mismo día, la historia fue diferente. Ella se encontraba en el hospital del ISSSTE donde laboraba como trabajadora social. Cuando sintió el terremoto de inmediato se trasladó a su casa porque su mamá estaba ahí sola.
Después de correr casi cinco kilómetros, porque no había transporte público, llegó a su vivienda. Encontró a su mamá sobre la acera; un vecino que la había visto asomarse a su puerta mientras el temblor sacudía el edificio logró sacarla.
Desde ese día no ha podido ingresar a su vivienda, ubicada en el primer piso del edifico 3B de la unidad habitacional. Su madre se ha deprimido a causa de lo que vivió y lo que perdió. Pero ella trata de darle fuerzas a pesar de que sus ojos enrojecen al contar lo que ha sido de su vida en los últimos 30 días.
—Hace ocho días pensamos que mi mamá se moría: se desvaneció, se bajó su ritmo cardiaco. Es que es su vida la que se queda aquí. Más allá del inmueble, aquí se quedan nuestros recuerdos y nuestra historia.
—Además de los documentos que ya rescató, ¿qué le gustaría recuperar de su departamento?
—Mis libros. Como soy profesora de la UNAM siempre me ha gustado leer. Tengo la colección completa de Freud, tengo libros de Marx, de Lacan, de economía, de sociología.
—¿Qué pasó en los momentos posteriores al sismo? ¿Cómo se organizaron?
—Era todo un caos. Aún había personas con vida atrapadas entre los escombros. Un vecino que se encontraba en el trabajo y su esposa en el mercado, perdieron a sus hijos atrapados bajo toneladas de cemento. Vi como sacaron a una madre con su hija, ambas muertas, abrazadas. También murieron mascotas asfixiadas. En medio de eso nos tratamos de organizar.
Coni me dice que le impactó la ayuda recibida por los rescatistas mexicanos y de otros países, ya que tenían un gran respeto por la vida humana. Además, cuenta que los vecinos de las colonias cercanas se ha solidarizado bastante. «Nos han dado comida, ropa y cobertores, pero de las autoridades no hemos recibido nada».
Después de que las labores de rescate terminaron, todos los vecinos querían entrar a sus casas, pero la policía les impidió por seguridad ingresar a sus viviendas. Por eso formaron un comité y comenzaron a realizar asambleas para atender su problemática común.
En medio de la calle, algunos en sillas de plástico y otros sobre las colchonetas en el suelo, platican sobre qué hacer para recuperar su patrimonio. A veces lloran; el llanto no da tregua a los que ahí se encuentran, mientras ven de lejos sus departamentos. Después del sismo, se formaron comisiones de comida y vigilancia que se rotan casi diariamente.
A media cuadra de ahí se sirve la comida, realizada con el apoyo en especie que reciben, no sólo de los habitantes de la Ciudad de México, si no de otros lados de la República. Dos señoras, Horte y Oli, son casi las cocineras oficiales. Lo preferido en al campamento son los tacos. En la noche, un policía los acompaña, no sólo para cuidar su integridad, si no para evitar que alguien se meta a sus viviendas.
—Ha sido muy interesante. Gente que antes sólo saludábamos de lejos, hoy se han convertido en nuestros amigos. El dolor nos ha hermanado. Lo sufrimos juntos. Pero seguramente quedaremos en el olvido: viene diciembre, luego un año electoral y cambios de partido. Eso da coraje e indigna.
—¿Qué le da fuerzas para seguir adelante?
—Pues la gente que me quiere, el apoyo que me han brindado mis hijas, mis amigos que me han hablado y el empuje que debo de tener para cuidar a mi mamá.
La profesora universitaria está enojada. Las autoridades no han resuelto nada con respecto a la situación de su vivienda y la de sus vecinos. «Nos dijeron que falta un dictamen para ver qué va a pasar, pero no lo han hecho y ni siquiera nos han dado alguna fecha. Mientras, nosotros seguimos aquí durmiendo al aire libre».
Coni da clases en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, además de trabajar como administrativa en el ISSSTE. Ambas instituciones le han dado permiso de faltar debido a su situación, pero a ella le urge regresar al salón y ver a sus alumnos para sentirse mejor. Dice que no se va a jubilar. Además, cuenta, sus alumnos se organizaron para realizar un censo de los afectados: «llegaron otros de ciencias, de ingeniería, incluso estudiantes de psicología que nos dieron terapia para superar lo que vivimos; y los de derecho para asesorarnos jurídicamente».
—¿Qué sigue ahora?
—Debemos de estar unidos como vecinos para hacerle frente a todos los problemas que tenemos y que las autoridades no han atendido. Por favor, te pido que lleves este mensaje a las ciudadanos. Les pido que no nos olviden y no nos dejen solos. Y a los políticos les pregunto, sobre todo al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera y al presidente Enrique Peña Nieto: ¿Pueden dormir tranquilos sabiendo que habemos mucha gente que no tenemos donde dormir?