Después del sismo fuimos a Amilcingo, en la montaña alta de Morelos, donde reciben y distribuyen las donaciones que llevan brigadistas de todo el país.
La locutora de la radio comunitaria de Amilcingo denuncia que en la casa de un regidor se está acumulando despensa y otros apoyos para los damnificados tras el sismo del 19 de septiembre. La escuchan todos los pasajeros del taxi, también comunitario, los clientes de una pequeña tienda y gran parte de los habitantes del oriente de Morelos.
Los rostros de Lucio Cabañas, de Emiliano Zapata y del subcomandante Galeano —antes subcomandante Marcos—, ilustran en blanco y negro la construcción de dos pisos, desde donde transmite la radio comunitaria Amiltzinko 100.7 de FM.
Han pasado cinco días desde el temblor. Es sábado 23 de septiembre y Samanta César se encarga de coordinar a un grupo de brigadistas que llega desde Guadalajara. Salieron en la madrugada, han recorrido más de ocho horas para llegar a la radio comunitaria y entregar «personalmente» los víveres que recolectaron para los damnificados.
Para recibir a los jóvenes voluntarios les ofrecen de comer. Hay tacos fritos de salmón enlatado, frijoles, salchicha con tomate y agua de limón que son preparados por mujeres de todas las edades en un amplio patio trasero de la radio.
Axochiapan, Morelos, en sus límites con Puebla, fue el epicentro del temblor. A esta entidad —que también colinda con la Ciudad de México—, le tocó una gran parte de la tragedia. Aquí hubo 74 de los 333 muertos que hasta el momento se han contado en el país. El gobernador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Graco Ramírez, informó que al menos 12.000 casas están afectadas.
Pero a las comunidades morelenses, los víveres y apoyos no llegan en las mismas cantidades que a la capital del país. Aquí la desconfianza predomina ante distintas denuncias de que las despensas y otros donativos son retenidos por algunas instituciones del gobierno estatal, antes de que lleguen a las comunidades donde se necesitan.
El pequeño pueblo de Amilcingo, autónomo, zapatista y con unos 3.500 habitantes, ha marcado la diferencia en Morelos. Aunque Samanta César no tiene un registro exacto de cuántas toneladas de apoyo han repartido, la confianza la obtienen al permitir que los voluntarios participen en todas las labores de entrega.
Hasta el momento han recibido alrededor de 70 camionetas y 50 carros, además de 6 camiones universitarios cargados de despensa. También dice que han coordinado a más de 30 grupos de brigadistas, enviados a distintas comunidades.
Amilcingo está a unos 40 kilómetros del volcán Popocatépetl, uno de los más emblemáticos del país. Como muchos otros pueblos del oriente de Morelos, es de tradición zapatista. Es indígena y preserva la lengua náhuatl. En mayo pasado, sus pobladores se proclamaron «el pueblo más zapatista de Morelos», más que Anenecuilco, donde nació el líder revolucionario Emiliano Zapata, o más que Cuautla, donde se dieron sus últimas batallas.
Celebraron con cohetes, trompetas y caballos por el reconocimiento de su autogobierno, tras luchar contra la construcción de una termoeléctrica y un gasoducto, que desde 2013 amenazaron la forma de vida en su comunidad.
A unos meses de su triunfo, enfrentan una de las tareas más importantes para el autogobierno que los conforma. «La organización ciudadana es lo mejor para atender estos problemas y garantizar que la ayude llegue a donde se necesita», explica Samanta César mientras atiende a otro grupo de mujeres brigadistas de la casa de asistencia Simón de Betania, que ayuda a niños huérfanos y a pacientes con VIH o cero positivos, en Monterrey, Nuevo León.