Fue durante los años 90, quizá con ese boom que causó el mundial de futbol en Estados Unidos, cuando este deporte se puso de moda en el vecino país.
Las mamás preocupadas (en exceso) por el bienestar de sus hijos encontraron en el soccer un deporte que cumplía con sus expectativas: suficientemente atlético para una buena salud; desarrollado en enormes y verdes campos para alejarlos de los terribles videojuegos además de carecer de la violencia del futbol americano.
Por supuesto que el término «Soccer Mom» se transformó en el estereotipo para definir a la mamá joven, habitante de un decadente suburbio, propietaria de una minivan que utiliza para llevar a sus niños al campo de prácticas y que se preocupa en demasía por la salud y la seguridad de estos.
Lo que hace 20 años se transformó en un estereotipo de clase, hoy ha generado un efecto que está por cambiar el escenario deportivo internacional.
Resulta que esos niños, los hijos de las «Soccer Moms» quienes eran amontonados en camionetas para ser llevados a los verdes y suburbanos campos de entrenamiento ya llegaron a la edad adulta: ya tienen dinero además de un gusto al futbol que data de su infancia.
Esta gente (incluye mujeres -y muchas-) quiere ver futbol y quiere ver buen futbol
Es por ello que la liga de este deporte de Estados Unidos, la MLS está a punto de alcanzar una masa crítica de aficionados que, por supuesto, van a exigir futbol de calidad.
Esa calidad se va a lograr «a la gringa»: fomentando y metiéndole dinero al deporte y a los deportistas, creando academias y programas, forjando jugadores en la propia liga y en las europeas; vean lo que pasa en la NFL y traslápenlo a la liga de soccer…
¿Cuál será el resultado?
Adiós a la hegemonía de México en la CONCACAF; bienvenido otro equipo de futbol de este lado del Atlántico con la calidad suficiente para alcanzar grandes cosas y, en un descuido, la copa del mundo.
Al tiempo.